“Escondida” by Jesús Baldemar Liévano
- Cecelia Proffit
- Jun 21
- 3 min read
Updated: Jun 23
Read the English translation here.
Escondida
by Jesús Baldemar Liévano
—Ocho. Nueve. ¡Diez! ¡Listos o no, aquí voy!
Mientras Heber cuenta gritando, yo corro a esconderme, como lo hemos hecho tantas veces desde que llegamos a Kirtland.
Soy una experta en las escondidas, aun teniendo siete, les gano a todos los niños, aunque ya sean grandes, ¡aún los de doce años! porque no hago ruido y puedo esconderme donde nadie más cabe.
Aquí en Kirtland, todos trabajan en el templo. Como papá es carpintero, hizo algunas bancas. A veces yo le llevo el almuerzo que hace mamá, y otras me quedo con él cerca del templo y ahí juego con otros niños.
Las escondidas son mi juego favorito. Voy por las calles sin que me vean, busco un buen escondite y guardo completo silencio. Así les gano a todos. Por eso, Heber me dijo hoy que ya se cansó de perder conmigo. Dijo que hoy sí me encontrará, así que hoy tengo que buscar otro escondite. Lo malo es que ya casi no hay ningún lugar nuevo donde pueda esconderme. Ya usamos casi toda la ciudad: todos los jardines de las casas, todas las veredas, todos los árboles y los arbustos. Cada uno los he usado por lo menos una vez como escondite y si no se me ocurre algo pronto, perderé este juego y Heber pasará la tarde molestándome.
Mientras corro para buscar dónde esconderme, veo el templo, que ya está terminado. Es hermoso. Pero ahora ya no hay gente trabajando ni sus herramientas alrededor: papá recogió sus cosas y tampoco está el papá de Heber, que esculpe en la piedra. Todo está limpio y ordenado.
Hace apenas un par de días había una multitud en el templo, dice mamá que el hermano José hizo una oración muy larga, desde la casa vi cosas volando por encima del techo. Todos están contentos por el templo, pero ahora yo no puedo esconderme como solía hacerlo.
Le doy toda la vuelta al templo, buscando algún rincón que me sirva de escondite, me recargo en una pequeña puerta, por donde entraba para llevarle el almuerzo a papá. Está abierta. De seguro que aquí Heber no podrá encontrarme. Si no me descubrien, ahora sí seré la ganadora indiscutible y la campeona de campeones en toda la historia de las escondidas en Kirtland.
¡Qué hermoso lugar! Hay mucha paz y tranquilidad. Camino por los pasillos, y me acuerdo cuando mi abuelita me sentaba en su pierna y me cantaba en las tardes de lluvia. Avanzo con cuidado por un largo corredor buscando el mejor lugar para esconderme.
Ahora estoy entrando a un salón grande, pero ahí hay personas. A la distancia veo al hermano José orando de rodillas, junto al hermano Cowdery, no alcanzo a escuchar lo que dicen, y me quedo ahí, en silencio y observando.
Entonces se escucha una voz, una voz suave pero clara. Parece venir de todos lados, pero no me asusta. Más bien me hace sentir feliz: “Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre…”
¡Puedo verlo! Sobre el barandal del púlpito, ahí está Él, hablando con el hermano José y el hermano Cowdery. No sé exactamente qué significa todo lo que les dice, pero sé que Él sabe que yo estoy ahí. Entonces, por un instante, siento Su mirada, levanto mis ojos y nos miramos fijamente, entonces me sonríe, y me siento tan feliz que me dan ganas de llorar.
De pronto, casi sin darme cuenta, ya estoy caminando a la puerta por la que entré, salgo, la cierro en silencio y me siento, con la espalda recargada en la pared del templo. Y entonces escucho el grito de Heber.
—¡Ahí está Mary Ann!. ¿Lo ves? Te dije que te encontraría y no serías la última.
This piece was published in 2025 as part of the 14th Annual Lit Blitz by the Mormon Lit Lab. Sign up for our newsletter for future updates.
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