"Rebecca, La Misionera" by Arisael Rivera
- Cecelia Proffit
- Jun 28
- 4 min read
Read the English translation here.
Rebecca, La Misionera
by Arisael Rivera
Era un viernes como muchos que habíamos pasado la Hermana Herrera y yo.
Éramos misioneras, sirviendo en Baja California. Desde que entramos en la misión habíamos
estado juntas. Ya éramos como hermanas de sangre. Ella era lo que algunos llamarían rara. Era media torpe con las manos. En estos ocho meses la he visto tropezar, derramar su vaso
inexplicablemente y hasta romper un VCR viejo a una familia que estábamos enseñando.
También rompió la cerradura de la puerta de nuestro apartamento y pasé varios dias tratando de entender cómo sucedio.
Íbamos de camino a visitar una familia que estábamos enseñando cuando de repente
escuchamos un camión que venía a tremenda velocidad. Nosotros a menudo andábamos en las calles porque no había pavimento en este barrio. La Hermana Herrera me agarró la mano y me jalo hacia ella. El camión voló tan cerca de las dos que mi pelo se levantó en la ola de viento que arrastraba. Las dos nos miramos y sabíamos que algo estaba mal. Ella empezó a correr hacia el camión. Yo la seguí.
Hicimos la vuelta siguiendo al camión cuando de repente se paró, y abrió la puerta del
lado. Dos hombres bajaron con armas y empezaron a caminar y disparar hacia una de las casas. Sentí mi alma irse de mi cuerpo. ¿No puede ser? Caminaban hacia la casa como si fuera en cámara lenta. Todas las personas que andaban en la calle empezaron a correr en la dirección opuesta. El pánico se sintió. Le agarre la mano a la Hermana Herrera y trate de jalarla a mi para huir.
Ella me miró, sus ojos llenos de tristeza pero también había algo más. Algo que no podía
determinar en estos segundos. Sus labios empezaron a moverse, y entre el temor y la adrenalina solo la escuche como si estuviera viniendo de lejos.
“Lo siento, hermana” ella dijo. “No voy a poder seguir siendo tu compañera.”
Ella me aguanto la mano con mucha fuerza. Me dio una sonrisa pequeña y cuando
intenté contestarle ella desapareció. En su lugar un viento feroz. Como si una tormenta acabara de entrar. Mi pelo nuevamente se levantó. Caí hacia atrás, mi bolso, voló, y sentí la tierra escabrosa. Pero mis ojos miraron al frente de mi y no pude creer lo que estaba viendo.
La hermana Herrera estaba en frente de los asaltantes con sus armas en sus manos. Pero,
¿cómo llegó hasta allí tan rápido? Mi mente no tuvo tiempo de entender cuando vi sus pequeñas manos apretar y hacer sus armas pedazos. Los asaltantes estaban sorprendidos. Mientras yo estregaba mis ojos, incrédula de lo que estaba pasando en frente de mi. Hermana Herrera agarró el cinturón de uno en un instante y amarró a los dos asaltantes de espalda a espalda, sus manos atadas por el cinturón.
De repente el asaltante que manejaba el camión hizo una vuelta y empezó a acelerar
directamente hacia la hermana. Cuando vi ese camión corriendo hacia ella es como si hubiera visto esos nueve meses con ella en un momento.
Todo en un instante y solo un grito me salió de lo más profundo de mi alma,
“REBECCA!”
La llamé por su nombre. Ella se viro, me miro y… me guiñó el ojo… ¿Qué? La vi bajar una rodilla hacia el piso. El camión acercándose a ella, listo para matar. Ella colocó la cabeza en la dirección opuesta del camión. El camión a centimetros de su cuerpo. Cuadro su hombro hacia el camión, sus dos manos en puños, cerró los ojos y el camión le dio.
Lo que siguió fue tan fuera de mi comprensión que honestamente no lo hubiera creído si
no lo hubiera visto. El camión reaccionó como si le hubiera dado a un palo de acero puro.
Impenetrable. La parte del frente se dobló como un acordeón. Por la misma fuerza por la cual iba el carro brincó en el aire, girando sobre el cuerpo de la Hermana Herrera. Cayó a algunos pies, de lado, inmovilizado. Las personas a nuestro alrededor estaban así como yo. Boquiabiertos. Por primera vez vi el poder de poner el hombro a la lid.
Ella se levantó y miró hacia el carro. Sin un rasguño en su cuerpo. Ella brincó, como si
no pesara nada y cayó tranquilamente encima del camión que estaba de lado. Se agacho sobre la puerta y con una mano, levantó al chofer, y con otro brinco flotó hacia donde estaban los otros criminales.
“Hermana Cruz. Hermana Cruz!”
Me llamó. Pero yo no me movía. Ni podía contestar. De repente sentí el sudor que
aparentemente cubría todo mi cuerpo. Mi cabeza empezó a dolerme y mis ojos de estar nublados empezaron a ver todo claramente.
“Hermana Cruz, el kit de primeros auxilios.”
Y la vi, con la mano sobre la cabeza del chofer que intentó matarla. Había sangre.
Empecé a caminar hacia ella y me recordé que mi bolso, donde estaba el kit, se me había
volado cuando la Hermana Herrera se movió con una rapidez inhumana. Fui a mi bolso y corrí hacia ella y los que estaban amarrados. En ese momento empecé a escuchar las sirenas de la policía. Abrí el paquete y ella y yo intentamos parar la sangre de la herida que había sufrido el chofer. Los que estaban amarrados estaban asustados. No se atrevían a decir nada. Y pues que iban decir, acababan de ver una chica mostrar fuerza, destreza y rapidez que solo habíamos leído en los cómics. Pero yo no estaba asustada. De hecho lo más que sentía era asombro. El asombro cubrió el temor y todas las cientas de preguntas que se formaban cada segundo en mi cabeza. O sea, mi compañera, mi amiga, era una… superhéroe?
Después de unos momentos, sin poder quitar mis ojos de ella, casi sin aliento, dije,
“Hermana, creo que se porque se rompió la cerradura de nuestro apartamento.”
Ella empezó a reírse. Y yo también. Nuevamente éramos solo dos hermanas, dos misioneras.
Fin.
This piece was published in 2025 as part of the 14th Annual Lit Blitz by the Mormon Lit Lab. Sign up for our newsletter for future updates.
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